Es preciso dar un concepto universal, objetivo y válido para todo tiempo y lugar, para salir al encuentro de una objeción siempre repetida: Nadie puede determinar cuándo es pornografía. Eso depende, se dice de las costumbres, de la época, personas, y por consiguiente hay que dejarlo al criterio y sensibilidad de cada uno. Este relativismo---como todo relativismo---es contrario al pensamiento y a la vida. Inadmisible, por tanto.
La confusión proviene del hecho de que el juicio que determina lo que es pornográfico, no proviene ni de un conocimiento puramente experimental (como la física, por ejemplo) ni puramente abstracto (como el filosófico), sino algo inteligible que se revela en algo sensible. Este componente sensible es lo que hace difícil discernir la pornografía del arte en una película; no en las que todo el mundo llama pornográficas y ni ellas mismas pretenden ser artísticas; sino en aquéllas en las que se da el doble oleaje del arte y lo pornográfico en condiciones más o menos exaltantes; por tanto donde el problema no es discernir ”lo pornográfico” sino lo “inmoral” del arte. Aquí es donde se plantea la pregunta de si todo es relativo, es decir, si lo que es inmoral para unos, no lo es para otros; si lo que es aquí y ahora, no lo es en otro lugar o no lo será mañana.
La raíz última de la última incertidumbre está en que efectivamente hay un elemento variable e histórico. La sensibilidad de los pueblos varía con las épocas y lugares, y por tanto lo que se considera ofensivo a la moral y las buenas “costumbres”. Pero también hay un elemento constante, la esencia humana idéntica en su origen y destino, y por tanto también en su desarrollo. Estos dos elementos son ciertos y no deben sacrificarse ni el uno ni el otro. Sólo así es válido un concepto de lo pornográfico. ¿Y posible? ¡Sí!
Un aspecto variable y mudable de la sociedad (y del hombre que la integra) es la propia de un ser en devenir. Pues bien, en el ser en devenir lo que llegará a ser, lo que debe hacerse, lo que será en cualquier etapa de su desarrollo, ya lo era inicialmente, estaba “en potencia”. Todo su hacerse y desarrollarse procede de un dato fundamental del hombre, lo que se mantiene a través del proceso. Ese dato fundamental en el hombre es que su ser - por serlo de una persona libre - le es dado al mismo tiempo hecho y por hacer, como tarea y misión. Su destino o meta está en su origen o punto de partida, y sin embargo debe alcanzarlo. Esta estructura fundamental es lo que se llama “naturaleza humana”. Distinta de los seres físicos, determinados unívoca y necesariamente en una dirección. En el hombre, ser espiritual y trascendente, se dan posibilidades ilimitadas de realizarse; pero también de malograrse.
Que “tal naturaleza humana existe lo prueba la filosofía, la teología y la literatura, “historia del alma popular”: Nosotros entendemos y vibramos con poemas y dramas de hace centenares de años: Su pensamiento, sentimientos, pasiones, amores, odios, etc, no son distintos fundamentalmente, y por eso nos sentimos identificados; apreciamos su arte. Pero es constante también el ideal de perfección moral. Es moral lo que es bueno; y es bueno lo que tiende a la perfección de la persona en todas sus dimensiones y relaciones (consigo, con los otros y con Dios). Todos los hombres poseen un criterio objetivo de moralidad; una norma que se les hace saber todo lo que es bueno y lo que es malo, y los inclina, como dice San Pablo (Rom. 2, 14-15).
Aplicándolo a nuestro caso, se deduce que la diversidad de costumbres y comportamientos respecto de la sexualidad se debe a la libertad que el hombre posee al hacer concordar su conducta práctica aquí y ahora, con esas normas morales constantes y universales; que pueden ser oscurecidas o trabadas por situaciones socioculturales (como sucede ahora con el cine) pero que siempre hay criterios para discernir lo moral y pornográfico de lo artístico. Tal es el criterio o norma del “Pudor” y las “Buenas Costumbres”. Las buenas costumbres son las que se fundan en lo moral natural, es decir, en la estructura y propiedad de la naturaleza humana. Dicha estructura es el pudor. El pudor es una de esas experiencias llamadas “trascendentales” que van siempre más allá de lo que se puede definir categorialmente; y por eso debe hacerse relacionándolo con sentimientos afines. Uno de estos es lo que llamamos vergüenza y honestidad, que a su vez son partes de la virtud cardinal de la templanza, como dice Santo Tomás: “Hay dos partes integrales de la templanza: Estas son la vergüenza (verecundia), por la que huimos de la torpeza contraria a la templanza; y la honestidad (honestas), por la que se ama la belleza de la templanza. Pues bien, la templanza coincide con el pudor por cuanto éste produce efectos iguales a la templanza: da mesura y dominio a los sentimientos. También el Diccionario de la Real Academia Española identifica el pudor con la modestia, la honestidad, el recato. A base de lo dicho, puede darse ya una definición más precisa de pudor: “Es la actitud del que oculta o calla cosas tenidas por vergonzosas o por demasiado íntimas, principalmente en el terrero de la sexualidad”
Queda por ver el problema más espinoso: ¿Por qué son siempre las mismas cosas son tenidas por vergonzosas? Tampoco esto se puede contestar en pocas palabras, sin aproximarlo a partir de este punto de vista dado igualmente: “El pudor - lo mismo que la virginidad- radican formalmente en el alma, materialmente en el cuerpo”. Según esto cabe responder que varía lo material, no lo formal. Y por tanto debe impresionar más que la relativa variación de las cosas que son tenidas por vergonzosas en cada época, el hecho de que en toda época hay cosas que son tenidas por vergonzosas el exhibirlas. Que el sentimiento de la vergüenza ha existido siempre, un especialista lo confirma por las raíces lingüísticas indoeuropeas que lo designara y concluye así: “Detrás de la expresión bíblica, la vergüenza de su desnudez, subyace el presupuesto de que poner a la vista lo que debe ser tapado, es cosa vergonzosa. No son únicamente las cosas relacionadas con el sexo, por supuesto, las que requieren la adecuada privacidad. Ser humano es ser a medias abierto, en parte a la vista y en parte escondido. Toda experiencia es potencialmente vulnerable y está expuesta a la violación, y de ahí que esté necesitada de protección. Ignorar o negar tal cosa, se llama “desvergüenza”.
El respeto a esa privacidad, a ese aislamiento y profundidad en el encuentro humano, es el objeto de la vergüenza. Por tanto el afán actual de rasgar todos los velos es, un acto afín al robo y al rapto. Rechazar tal sentimiento de la vergüenza equivale a rechazar al Otro, la interdependencia, la solidaridad, no obstante la superficial camaradería.
Cosa parecida sucede con el llamado no conformismo, que acaba por ser un conformismo al revés, es decir, ser conformistas del no conformismo. Con lo cual han impulsado a los directores de cine, artistas y en general a la sociedad a portarse como no conformistas. El verdadero no-conformista ahora sería más bien el que admite valores morales esenciales y permanentes.
La respuesta, pues, al problema de por qué no son siempre las mismas cosas las cosas que son tenidas por vergonzosas, es parecida a lo que sucede en estética, en arte, etc.: Los gustos cambian, pero permanecen los cánones esenciales que nos hacen conocer y experimentar el verdadero arte. Igualmente, permanecen los sentimientos esenciales del pudor aplicables en cualquier época; varía el más o menos mostrable; pero permanece aquello que lo dicta. Siempre disponemos de criterios y normas metatemporales que nos permiten discernir lo pornográfico y lo inmoral, del arte en el cine. A base de estos criterios podemos buscar una definición de pornografía.